sábado, 11 de octubre de 2014

LOS ESCRITOS DE ROLANDO...EL ARENAL

LOS ESCRITOS DE ROLANDO
La Mesa del Café - Folklore
publicado en la página webb TODOTANGO



rolandomoro   07/10/2014
PEPE.
Te sé rodeado de afectos allá en la lejana León. Tomo en cuenta también de una larga nostalgia por tu amada ciudad de Buenos Aires, por ello anoche rememoré algunas propias, que ahora compartiré contigo.
Abrazón

rolandomoro   07/10/2014

-EL ARENAL-
  
Quemando calendarios corrían los sesenta en loco tropel. Fuego que alimentaría el caldero donde se fundían nuestras vidas, modificando y creando nuevas metas y destino.
Fue una tranquila noche de sábado en cálido enero, cuando con el “Quillo” resolvimos no llamar a las chicas para embriagarnos de sonidos, tampoco de ávidos y turgentes volúmenes. Iríamos a la apacible costa del río con intenciones de aislarnos y pescar

Días anteriores habíamos sido sorteados para la “colimba”, rezando en las tapas de las marrones carniceras de enrolamiento, el escueto destino. 437 “B +” en la del amigo, 162 “A +” en la mía, lo que a buen entendedor significaba -para el “Flaco”- la obligatoria rapada en los cuarteles del Grupo de Artillería 7 “La Liguria”. Para mí volver al centro del país, donde una impiadosa Córdoba a cambio de instrucción, cobraba la onerosa carga sentimental de alejarme de mi gente, los montes y el río que tanto amaba.

La radio derramaba a Los Náufragos, quienes vociferaban:
Noche en la ciudad/
Sábado/
Gente que viene y que va/
Sábado/
Otra vez en la vía…….

Escasos kilómetros nos separaban de Antequera, para luego retornar otros pocos por la costa hasta un viejo árbol que resistía a los embates de las crecientes, en un lugar que llamábamos El Arenal, exactamente frente a la ciudad de Corrientes donde el río se vuelve más estrecho, solo dos kilómetros nos separaban de la costanera Taragüí.

Antes de llegar nos detuvimos en una gran laguna para proveernos del cebo necesario que utilizaríamos en una noche de reflexión y soledad.

Ese sábado de verano con luna creciente, el río discurría manso mientras un suave viento del este, nos acariciaba el rostro trayendo rumores de la vecina ribera. La vida transitaba lenta, amodorrada en esa costanera, marcando diferentes avatares en la vida de cada humano que se movían en su camino, independientes del entorno.

Dos jóvenes a la vera del añoso Paraná pronunciando pocas palabras, casi en silencio, en aquella procesión interna de angustias y desazón que se precipitarían a pocas horas en el amanecer del lunes, donde enfrentaríamos nuestro destino sin estar completamente preparados para ese paso.

El fogón de ramitas sobre la costa iluminaban a dos figuras cambiantes, que calladas, sabían del próximo destino de sus vidas de la cual renegaban en silencio.

El río se encontraba en bajante, liberando barrancas altas, desnudas y en medio de ellas, un rellano donde esperaba, línea en mano, que un pez tomara el cebo de su extremo.

Mi amigo y compañero, andaba y desandaba un senderito existente en el arenal, en marcial e imaginario desfile. Actitud que me llamaba a risas, pero sabiendo de su profunda lucha interior, callaba.

Sabía, intuía, que la radio del ómnibus que me alejaba de la ciudad llevándome a la docta reproduciría nuevamente- como en todos los viajes-aquella canción de Los Blue Caps que tanto me hería, llamada “Lágrimas de madre”:
/ Y mi ciudad a lo lejos se ve
ay que tristeza me da
al saber que dejo todo
madre, novia y hogar

Las horas transcurrían con sosegada lentitud, ignorando la angustia que nos transía en lo interior. Angustias de formación, de maduración en el caldero de lo irreversible. Rebeldías de alejarnos de lo grato, del calor de los afectos. Lo amargo Contrapuesto al dulzor, que en pocas horas me llevaría rumbo al sur de la vida, allende la amada tierra de los afectos. Para otro, sumergirse en normas estrictas que pretenderían torcer los convencimientos y la comodidad de todo aquello establecido.

El viento ceso con los rumores de la bella costanera que teníamos enfrente, la luna imperturbable, navegaba las mansas crestas del río mientras el horizonte solo era herido por las siete torres de las iglesias que se alzaban orgullosas en la ciudad que dormía y que aun no erguía el cemento que oculte su prestancia y gallardía.

Tres de la mañana de aquel sábado de verano que moría acercando la hora de partida. Fue allí, en ese preciso momento, cuando por romper la estela de nostalgias, pregunto:

-¿Flaco, que te parece de tener un obús del 105, hacemos puntería y le damos a esas torres?

-¡¡Estás totalmente loco!! Si les tocamos una de ellas a los Correntinos sería como pegarle a un panal, se volverían locos y vendrían como embravecidos enjambres de avispas, nadando con sus machetes en la boca.

El sábado languidecía siguiendo las manecillas del reloj empujándonos hacia el fatídico lunes, que nos llevaría por los distintos cardinales de la vida, donde las angustias nos enseñarían cuanto amábamos nuestra tierra y lo difícil de la maduración y el crecimiento.
Era la forma de entender mejor a nuestros abuelos, cuando se encerraban abriendo paso a sus largas nostalgias de mares lejanos.


Pepe 08/10/2014

Gracias Rolando....Planos, a veces superpuestos, solapando la molleja. Pero se develan recuerdos no bien se sacude el alma. Gracias.


LOS ESCRITOS DE ROLANDO
La Mesa del Café - Folklore
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