La Mesa del Café - Folklore
publicado en la página webb TODOTANGO
rolandomoro 07/10/2014
PEPE.
Te sé rodeado de afectos allá en la lejana León. Tomo en
cuenta también de una larga nostalgia por tu amada ciudad de Buenos Aires, por
ello anoche rememoré algunas propias, que ahora compartiré contigo.
Abrazón
rolandomoro 07/10/2014
-EL ARENAL-
Quemando calendarios corrían los sesenta en loco tropel.
Fuego que alimentaría el caldero donde se fundían nuestras vidas, modificando y
creando nuevas metas y destino.
Fue una tranquila noche de sábado en cálido enero, cuando
con el “Quillo” resolvimos no llamar a las chicas para embriagarnos de sonidos,
tampoco de ávidos y turgentes volúmenes. Iríamos a la apacible costa del río
con intenciones de aislarnos y pescar
Días anteriores habíamos sido sorteados para la “colimba”,
rezando en las tapas de las marrones carniceras de enrolamiento, el escueto
destino. 437 “B +” en la del amigo, 162 “A +” en la mía, lo que a buen
entendedor significaba -para el “Flaco”- la obligatoria rapada en los cuarteles
del Grupo de Artillería 7 “La Liguria”. Para mí volver al centro del país,
donde una impiadosa Córdoba a cambio de instrucción, cobraba la onerosa carga
sentimental de alejarme de mi gente, los montes y el río que tanto amaba.
La radio derramaba a Los Náufragos, quienes vociferaban:
Noche en la ciudad/
Sábado/
Gente que viene y que va/
Sábado/
Otra vez en la vía…….
Escasos kilómetros nos separaban de Antequera, para luego
retornar otros pocos por la costa hasta un viejo árbol que resistía a los
embates de las crecientes, en un lugar que llamábamos El Arenal, exactamente
frente a la ciudad de Corrientes donde el río se vuelve más estrecho, solo dos
kilómetros nos separaban de la costanera Taragüí.
Antes de llegar nos detuvimos en una gran laguna para
proveernos del cebo necesario que utilizaríamos en una noche de reflexión y
soledad.
Ese sábado de verano con luna creciente, el río discurría
manso mientras un suave viento del este, nos acariciaba el rostro trayendo
rumores de la vecina ribera. La vida transitaba lenta, amodorrada en esa
costanera, marcando diferentes avatares en la vida de cada humano que se movían
en su camino, independientes del entorno.
Dos jóvenes a la vera del añoso Paraná pronunciando pocas
palabras, casi en silencio, en aquella procesión interna de angustias y desazón
que se precipitarían a pocas horas en el amanecer del lunes, donde
enfrentaríamos nuestro destino sin estar completamente preparados para ese
paso.
El fogón de ramitas sobre la costa iluminaban a dos figuras
cambiantes, que calladas, sabían del próximo destino de sus vidas de la cual
renegaban en silencio.
El río se encontraba en bajante, liberando barrancas altas,
desnudas y en medio de ellas, un rellano donde esperaba, línea en mano, que un
pez tomara el cebo de su extremo.
Mi amigo y compañero, andaba y desandaba un senderito
existente en el arenal, en marcial e imaginario desfile. Actitud que me llamaba
a risas, pero sabiendo de su profunda lucha interior, callaba.
Sabía, intuía, que la radio del ómnibus que me alejaba de la
ciudad llevándome a la docta reproduciría nuevamente- como en todos los
viajes-aquella canción de Los Blue Caps que tanto me hería, llamada “Lágrimas
de madre”:
/ Y mi ciudad a lo lejos se ve
ay que tristeza me da
al saber que dejo todo
madre, novia y hogar
Las horas transcurrían con sosegada lentitud, ignorando la
angustia que nos transía en lo interior. Angustias de formación, de maduración
en el caldero de lo irreversible. Rebeldías de alejarnos de lo grato, del calor
de los afectos. Lo amargo Contrapuesto al dulzor, que en pocas horas me
llevaría rumbo al sur de la vida, allende la amada tierra de los afectos. Para
otro, sumergirse en normas estrictas que pretenderían torcer los
convencimientos y la comodidad de todo aquello establecido.
El viento ceso con los rumores de la bella costanera que
teníamos enfrente, la luna imperturbable, navegaba las mansas crestas del río
mientras el horizonte solo era herido por las siete torres de las iglesias que
se alzaban orgullosas en la ciudad que dormía y que aun no erguía el cemento
que oculte su prestancia y gallardía.
Tres de la mañana de aquel sábado de verano que moría
acercando la hora de partida. Fue allí, en ese preciso momento, cuando por
romper la estela de nostalgias, pregunto:
-¿Flaco, que te parece de tener un obús del 105, hacemos
puntería y le damos a esas torres?
-¡¡Estás totalmente loco!! Si les tocamos una de ellas a los
Correntinos sería como pegarle a un panal, se volverían locos y vendrían como
embravecidos enjambres de avispas, nadando con sus machetes en la boca.
El sábado languidecía siguiendo las manecillas del reloj
empujándonos hacia el fatídico lunes, que nos llevaría por los distintos
cardinales de la vida, donde las angustias nos enseñarían cuanto amábamos
nuestra tierra y lo difícil de la maduración y el crecimiento.
Era la forma de entender mejor a nuestros abuelos, cuando se
encerraban abriendo paso a sus largas nostalgias de mares lejanos.
Pepe 08/10/2014
Gracias Rolando....Planos, a veces superpuestos, solapando
la molleja. Pero se develan recuerdos no bien se sacude el alma. Gracias.
LOS ESCRITOS DE ROLANDO
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